Museo de Segovia
17 de abril de 2020
15 de mayo de 2020
Todos los públicos.
Gratuito
Cultura, Museos, Taller, Actividades culturales, Segovia
Junta de Castila y León
Museo de Segovia
Director: Santiago Martínez Caballero
Calle Socorro 11. C.P.: 40003 Segovia.
921460615
921460580
museo.segovia@jcyl.es
Museo de Segovia. Esta vista panorámica de la ciudad de Segovia fue dibujada por Wyngaerde desde
el Norte (éste en el catálogo del Ashmolean), desde las inmediaciones del paraje que hoy denominamos mirador de El Terminillo. El dibujo original se conserva en el Ashmolean Museum de Oxford (Reino Unido). Existen otras dos vistas de Segovia del mismo autor: una desde el Sur (Oeste para el Ashmolean), desde el entorno de la Cuesta de los Hoyos (también conservada allí), y un dibujo preparatorio de la anterior (conservado en el Gabinete Municipal de Estampas -Stedelijk Pretenkabinet- de Amberes, Bélgica). A estas imágenes debemos sumar el dibujo realizado por Wyngaerde del Palacio de Valsaín.
Anton van den Wyngaerde (o Antonio de las Viñas, como firmó algunas de sus obras para los palacios de Madrid y El Escorial) fue un pintor especializado en hechos de armas y en vistas urbanas. En 1561 fue reclamado desde España por Felipe II para documentar gráficamente sus posesiones. Wyngaerde pasó viajando la mayor parte de su estancia en España. Sus itinerarios pueden reconstruirse parcialmente a través de sus dibujos fechados. Kagan sitúa el dibujo de las panorámicas segovianas (y la del Palacio de Valsaín, “Casa del Bosque”) en el primero que realiza: “En torno a la Corte”, en 1562, fecha que aparece en la vista desde el Sur (Cuesta de los Hoyos).
La serie de lugares elegidos por el artista para dibujar su panorámica desde el Norte, y cuyo centro sería El Terminillo, viene determinada por la contemplación frontal de los dos motivos gráficos que flanquean la misma: por la izquierda, el Acueducto, y por la derecha, el Alcázar. También buscó la centralidad de la torre de la Catedral nueva, y su ubicación en un punto a una distancia intermedia respecto a la ciudad, no demasiado grande ni tampoco corta, que le permitiera tanto describir detalles arquitectónicos de sus edificios intramuros, como retratar la actividad cotidiana de sus arrabales (sobre todo el de San Lorenzo, en el primer término de la lámina). El dibujo de Wyngaerde no es una representación científica (en algunas vistas españolas usó la cuadrícula, y para otras, algunos estudiosos sugieren el uso de la cámara oscura), pero sí una representación documentada y verídica de la ciudad y su entorno. Este dibujo es considerado menos terminado que el realizado desde la Cuesta de Los Hoyos: no está fechado como aquel; contiene menos colorido (tan solo el río
recibe una ligera aguada verdosa); la línea del dibujo parece más rápida y menos detallada, lo que ocasiona que algunos edificios no sean identificables; en algunas zonas se percibe una simplificación de motivos que hace pensar en el esquematismo (la torre de San Lorenzo o el Acueducto); incluso se acusa el descuido del trazo en motivos repetitivos como las tejas, las rocas del río o los arbustos. No es difícil detectar ciertos vicios y trucos gráficos, que consiguen agilizar la tarea intensa y rápida de un artista que debía dibujar muchos lugares en un plazo de tiempo limitado.
Las vistas segovianas dibujadas por Wyngaerde son una riquísima fuente de información para el estudio y conocimiento de la Segovia del Renacimiento, porque en ella aparecen los únicos testimonios gráficos fiables que poseemos de algunos edificios que no han perdurado hasta hoy: por ejemplo, entre los religiosos, la iglesia de San Pedro de los Picos, con su peculiar cubierta; las iglesias de San Gil (antiquísima catedral de la ciudad), y de Santiago; las ermitas de San Bartolomé, de San Matías, de San Antón (o San Cebrián), de Santa Catalina, y de Santa Lucía; además de observarse, aunque con dificultades para su identificación, las torres de San Facundo, de San Pablo y de San Román.
Respecto a la Catedral nueva, se aprecia en el dibujo el estado de su construcción: aún no se han comenzado el crucero ni la girola, pues es en 1558 cuando se consagró el templo, con su nave central cerrada eventualmente por el muro que observamos en la vista; la torre-campanario no está culminada, pero se observa el inicio del remate que diseñó para ella Rodrigo Gil de Hontañón, y que quedaría destruido en el incendio provocado por un rayo en 1614. Por otra parte, todavía se conservan las ruinas de la catedral de Santa María, ante el Alcázar real, y junto con su dibujo en la panorámica
complementaria desde Los Hoyos, suponen los únicos testimonios gráficos de su arquitectura románica.
Entre los edificios civiles, aparece la torre de la ceca antigua de “La moneta”, levantada por el rey Enrique IV en el entorno del Postigo de San Juan (para aprovechar el agua del canal del Acueducto); y en plena Alameda del Eresma, con sus dos visibles norias, la fábrica de papel, edificio industrial previo a la nueva Fábrica de la Moneda, que ocupará el mismo lugar, y será fundada por Felipe II, en 1583.
En el Alcázar podemos observar algunas de sus cubiertas ya empizarradas desde 1560, aunque son todavía cónicas las que flanquean la muralla. Llaman la atención el aspecto aún medieval de la torre del homenaje, con cubierta apoyada en las almenas, y la muralla sobre la que se prolonga la Terraza de Reyes, rematada en su extremo por una caseta.
El Acueducto está representado, sorprendentemente, con extremo esquematismo: no están dibujados los sillares (sí en la vista desde el Sur), ni el sotabanco ni la hornacina de su parte central. Sin embargo, es significativo que el artista haya privilegiado las figuras de las personas que caminan por su canal, y que podemos interpretar como guiadores del agua, responsables de la limpieza del canal, o como autorretrato del propio artista en su investigación sobre las formas de la ciudad y sus puntos de contemplación. Es llamativo el abigarramiento de edificios contiguos a la Puente.
Los detalles urbanísticos, como los eriales en la ciudad intramuros; o arquitectónicos, como el entramado de madera en algunos edificios y los tiradores de secar los paños, ponen de manifiesto que el artista quería dibujar una ciudad en su autenticidad, y no una imagen estereotipada, como otros vedutistas.
La zona de la Alameda, ya plantada de chopos, o seguramente de olmos (aunque también hay huertas ante el monasterio homónimo, de Los Huertos, “los ortos”), está descrita gráficamente en el preciso momento en que se empezaba a valorar su capacidad de lugar propicio para el solaz (data de mediados del XVI la promulgación municipal de medidas para su cuidado, como la prohibición de que por allí pasasen puercos y otros animales).
El retrato de la vida cotidiana se completa con el dibujo de siluetas orantes en torno a los monasterios del valle, con el trasiego de ganaderos portando varas al hombro, de arrieros con sus carros, y de caballeros y jinetes.
Texto: Juan Antonio del Barrio Álvarez