Museo de Zamora
18 de mayo de 2020
25 de mayo de 2020
Todos los públicos.
Zamora, Cultura, Museos, Exposición, Colecciones, Actividades culturales, Educación
Junta de Castila y León
Museo de Zamora
Director: Alberto Del Olmo Iturriarte
Plaza Santa Lucía 2. C.P.: 49002 Zamora.
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El Museo de Zamora. Como cada año, en torno al 18 de mayo, Día Internacional de los Museos propuesto por el ICOM -que es el Consejo Internacional de Museos-, con el fin de «aumentar la conciencia pública sobre el papel de los museos en el desarrollo de la sociedad», los museos de todo el mundo se unen en su celebración y organizan variados eventos. y cada año se escoge un tema diferente que se sitúa en el centro de las preocupaciones de la ciudadanía. Y este año 2020, el tema elegido es «Museos por la igualdad: diversidad e inclusión».
El Museo de Zamora alberga gran cantidad de testimonios de cómo nuestra tierra ha ido forjando su propia identidad a partir de estos principios. En las salas de arqueología, por ejemplo, encontramos huellas del influjo que los distintos pueblos -o sus ideas- ejercieron cuando llegaron por primera vez al territorio de la actual provincia de Zamora. Hagamos un breve recorrido por la historia... Visita virtual Día Internacional de los Museos
Comencemos con esta cerámica decorada con dos grandes ojos en forma de sol, que destacan aún más por la ausencia de cualquier otra alusión anatómica. Aunque hay constancia previa, estos símbolos oculados tuvieron su mayor protagonismo durante el Calcolítico en el sur de la península ibérica. Eran representados en diferentes soportes y objetos, como los ídolos-placa del Algarve portugués o Extremadura; los ídolos cilíndricos de la cuenca del Guadalquivir; o las cerámicas de Los Millares en el sudeste (en la provincia de Almería). Se interpretan como la encarnación de una deidad asociada a la muerte, pues es habitual encontrar estos objetos en contextos funerarios.
Pero, dejando aparte ese simbolismo y sus interpretaciones, podemos afirmar que la presencia de una cerámica con esa decoración en un área tan septentrional es evidencia del contacto con poblaciones muy alejadas que habitaban en el mediodía peninsular.
La cerámica es una constante en el registro arqueológico que arroja mucha información sobre el intercambio cultural. Gracias a ella, sabemos que durante la Edad del Bronce, un nuevo tipo de cerámica de lujo, de formas acampanadas y profusamente decorada, se difundió por toda Europa como una moda que también alcanzó este territorio. Esta cerámica campaniforme era disfrutada por la élite social, de la que formaría parte sin duda el individuo enterrado en Villabuena del Puente con este ajuar funerario. Está compuesto por los tres recipientes habituales -vaso, cazuela y cuenco- y acompañado de otros materiales recurrentes: un puñal de lengüeta de cobre, una arandela de hueso (tal vez correspondiente a la empuñadura del puñal), un botón de hueso con perforación en V, un brazal de arquero de piedra y laminitas de oro que formarían parte de algún adorno.
Avancemos un poco en el tiempo para contemplar este cuenco de la I Edad del Hierro. En su decoración, tanto en la cara interior como en la exterior, observamos motivos geométricos y vegetales que evocan las producciones orientalizantes, aquéllas que fueron fruto del proceso de aculturación entre el sustrato indígena, el tartesio, y los colonizadores fenicios en los siglos VII y VI a. C. en el sur de la península. Sin embargo, esta pieza fue hallada en Zamora, en el paraje conocido como “La Aldehuela”, lejos de aquella zona.
Dejamos atrás la Prehistoria y nos sumergimos en la romanización. La llegada de los romanos a la Península ibérica supuso el mayor proceso de intercambio y asimilación (o lo que es lo mismo, de diversidad e inclusión) de nuestra historia. Como resultado, se produjeron mezclas cuando menos peculiares, como este verraco con inscripción latina hallado en Villalcampo.
Los verracos eran esculturas de piedra zoomorfas características del pueblo vetón, que vivía al sur del Duero antes de la llegada de los romanos. No está claro cuál era su funcionalidad entonces, pues se discute si tenían algún significado religioso o si servían para delimitar territorios o encerraderos de ganado. Lo curioso es que cuando los romanos se asentaron definitivamente en la península, estos elementos se adoptaron como soportes de inscripciones funerarias, donde a veces, incluso, se fusionaron fórmulas y nombres latinos con otros indígenas. El de la imagen, con forma de bóvido, tiene grabado un epitafio en memoria de Frontón.
En su objetivo de dominar el territorio, los romanos establecieron pactos con las poblaciones locales, como el que se recoge en esta tabula de hospitalidad conocida como el Bronce de El Picón, hallado en Pino del Oro y datado en el año 27 d. C, durante el gobierno del emperador Tiberio. Aunque está incompleto, del texto recuperado sabemos que trata de la renovación de una alianza entre un individuo, cuyo nombre se ha perdido, y el pueblo de Bletisama, una población del norte de Salamanca que se piensa que puede corresponder con Ledesma. El documento, relacionado con los primeros intereses de los romanos en la ordenación y explotación de los recursos mineros de la zona, refleja una práctica ya existente entre los pueblos prerromanos.
Pocos siglos después, tras la caída del Imperio Romano de Occidente, la península quedó a merced de los pueblos invasores que llegaron de Centroeuropa. Testigo de aquella transición en ciernes hacia la Edad Media, son algunos objetos visigodos, como esta fíbula que se encontró en Villalazán, similar a otras de la zona germano-oriental danubiana. Su tipología, de arco y placas con pie largo, permite datarla en torno al año 500 d. C. Un hallazgo excepcional en un área tan occidental y en un momento tan temprano, que acredita la llegada y el bagaje cultural que trajeron los primeros visigodos al territorio.
La interacción entre diferentes pueblos a lo largo de nuestra historia nos ha enseñado que también es posible la coexistencia y la integración de distintas religiones.
Indudablemente, los mayores artífices del sincretismo religioso fueron, una vez más, los romanos, quienes asimilaban las divinidades de los territorios que conquistaban y las incorporaban a su propio panteón. Prueba de ello es esta ara de granito originaria de Villalcampo, que un personaje de nombre romano, Carisio Frontón, dedicó a Mentoviaco, dios indígena protector de los caminos. Podemos encontrar otras menciones a esta deidad en la provincia, como la de la inscripción empotrada en los muros del Ayuntamiento Viejo de Zamora, encargo de Marco Atilio Silo, de la tribu quirina.
Pero, sobre todo, no podemos olvidar la presencia musulmana en la península durante ocho siglos que, naturalmente, también dejó huella en nuestra tierra. Excavaciones arqueológicas en la capital zamorana han puesto de manifiesto la convivencia entre musulmanes y cristianos a través del hallazgo de materiales de una y otra cultura. Algunas de las piezas de tradición andalusí encontradas son ciertos jarritos carenados y otros bitroncocónicos de acabado bruñido procedentes del barrio de Olivares; o vasijas como la troncocónica con decoración de pintura blanca hallada en la zona de la Catedral. Junto a ellas, otras piezas, ollas de cerámica gris en muchas ocasiones, nos demuestran la coexistencia con la comunidad cristiana establecida en la zona.
La diferencia no siempre la marcan los grupos, también la hacen los individuos. En el museo se recogen historias de personajes únicos que escaparon a la norma establecida en su tiempo.
La escultura renacentista de Santa Catalina es obra del zamorano Juan Ramos y procede del desaparecido Hospital de Sotelo.
Catalina era una joven perteneciente a la nobleza de Alejandría en el siglo IV, dotada de gran inteligencia y erudición. A causa de un sueño místico, se había convertido al cristianismo, un culto que, aunque hoy día es una religión mayoritaria, entonces era perseguido e incluso castigado con la muerte.
Cuando el emperador romano visitó la ciudad egipcia, Catalina trató de persuadirlo para que se convirtiera a su nueva fe. El emperador no fue capaz de rebatir sus argumentos, ni aun reuniendo un nutrido grupo de filósofos y sabios para refutarlos. Comprendiendo que no conseguiría vencerla con las palabras, lo hizo con la fuerza física. Intentó torturarla usando una rueda con cuchillas pero, cuando éstos entraron en contacto con su piel, se rompieron. Desesperado, el emperador mandó ejecutarla y, finalmente, Catalina fue decapitada. Así esta valiente mujer, que se enfrentó a uno de los hombres más poderosos de su tiempo, antepuso su fe por encima de su propia vida y se convirtió en mártir.
Pero en el Museo de Zamora las mujeres excepcionales no sólo se manifiestan como protagonistas de las obras de arte, sino también como artistas creadoras. Demos un salto en el tiempo hasta mediados del siglo XX.
Delhy Tejero, una mujer con una personalidad fascinante, extravagante y de talento indiscutible pinta "Mussia" en 1954.
Aunque era oriunda de Toro, desarrolló la mayor parte de su carrera profesional en Madrid. Logró la emancipación económica trabajando como ilustradora para numerosas revistas e impartiendo clases de pintura en varias instituciones y academias de renombre. Su inquietud artística y su capacidad técnica justifican su heterogeneidad y diversidad estilística, que le permitieron practicar figuración y abstracción sin prejuicios estéticos.
"Mussia" es una de sus obras más conocidas. Vemos en ella la combinación entre la descomposición de planos del fondo y la estilizada figura de una mujer en primer plano, con vistosos colores y formas geométricas que recuerdan a los arlequines. Es el retrato de una mujer moderna y de vanguardia, una mujer como Delhy que, con su talento, consiguió destacar en un mundo de hombres.
Aunque no hay que olvidar que los hombres no siempre lo tuvieron fácil... En la obra conocida como Fuente Monumental, depositada por el Museo del Prado , se reproduce un momento de la ópera “Armida Placata”, que se representó en 1750 ante la corte de Fernando VI con motivo de la boda de su hermana María Antonia Fernanda con el duque de Saboya.
El episodio se localiza en Jerusalén en la época de las cruzadas. Narra la historia de amor entre Armida, una bella hechicera sarracena que trata de detener a los soldados cristianos que quieren tomar Jerusalén, y un apuesto capitán de los cruzados, Reinaldo. El cuadro fue encargado a Francesco Battaglioli por Carlo Broschi, más conocido como Farinelli, uno de los cantantes de ópera más famosos del siglo XVIII. Aunque Farinelli llegó a España sin intención de quedarse, logró una posición destacada en la corte y acabó viviendo aquí casi veinticinco años, dirigiendo los espectáculos musicales destinados a la realeza.
Igual que muchos otros aspirantes a cantantes, fue castrado en su niñez, debido a lo cual mantuvo la voz de soprano durante toda su vida. En su época la castración se realizaba con la intención de aunar la agudeza y ternura de la voz del niño con la potencia y control del adulto. Una práctica violenta que atentaba contra la identidad sexual en beneficio del arte y que estigmatizaba para siempre socialmente al “castrato”.
En el museo también se reúnen personajes que nunca sobresalieron, personajes silenciados y marginados por una de las principales causas de exclusión desde siempre: la pobreza. Apreciamos la polaridad social que genera el dinero en “La Limosna”, cuadro pintado por Nicanora Matilla en 1885. Fue la primera mujer artista pensionada por la Diputación Provincial para estudiar Bellas Artes en Madrid. Vemos claramente el contraste entre clases en la sociedad del siglo XIX: la señora ricamente ataviada da una limosna, a través de la verja, a la mendiga que viste con ropas raídas.
Pero incuestionablemente, el mejor exponente de la pobreza en nuestras salas es esta fotografía de tamaño descomunal bautizada como “Escena familiar”, producto de la supuesta colaboración entre el zamorano José Gutiérrez “Filuco” y el austríaco Heinrich Kühn. Constituye un documento de interés tanto desde el punto de vista etnográfico como desde el punto de vista tecnológico, pues el revelado en un formato tan inmenso, teniendo en cuenta que el arte de la fotografía a principios del siglo pasado aún estaba gestándose, es toda una exhibición de aptitudes.
Se reproduce una escena costumbrista en el interior de una vivienda humilde, probablemente en el barrio zamorano de La Lana. Es un retrato de la sociedad de principios del siglo XX, que plasma la miseria que muchas familias vivían entonces (y que nos hace recapacitar sobre las condiciones de vida que muchas familias están sufriendo también hoy día).
Precisamente para combatir la miseria, en el último cuarto del siglo XVIII, bajo el reinado de Carlos III, se crearon las sociedades económicas de amigos del país, cuyo objetivo era llevar a la realidad las ideas emprendedoras de la Ilustración, fomentando escuelas de aprendizaje, talleres de manufacturas o nuevos cultivos agrarios. Este imponente escudo recuerda la existencia de la “sociedad” zamorana, que tenía su sede en la calle San Andrés.
En la parte superior del campo heráldico, un haz de espigas y una vid sobre un paisaje rural representan las principales fuentes de riqueza agrícolas; mientras que en la parte inferior, un telar, una rueca, una devanadera y unas cardas hacen referencia a la artesanía textil. Enmarcando arriba y abajo el campo por dentro de la bordura, el lema de la sociedad: “La verdadera riqueza: subsistencia y población”.
No queremos despedirnos sin hacer un pequeño homenaje a todas aquellas piezas del museo que, forzosamente, también son víctimas de exclusión.
Sucede que los fondos de un museo abarcan mucho más que lo que vemos en sus salas. Las colecciones son inmensas y el espacio expositivo de las salas es limitado, de modo que no hay más remedio que seleccionar las piezas más destacadas para exhibirlas de forma permanente. ¿Pero qué ocurre con todas aquéllas que han sido relegadas?
En el Museo de Zamora no queremos marginar ninguna pieza, así que el primer fin de semana de cada mes (y en ocasiones especiales que se anuncian con antelación) abrimos las puertas de nuestro almacén visitable al público. Este almacén está instalado en la aneja iglesia de Santa Lucía, un templo que en la actualidad no dispone de culto, y que alberga muchas piezas que, por determinadas características -como por ejemplo su tamaño o su similitud con otras piezas ya expuestas-, no tienen cabida en la exposición permanente: estelas romanas, verracos, fragmentos de mosaicos; sarcófagos monolíticos; elementos arquitectónicos de edificios desaparecidos; reproducciones en escayola de los frisos decorativos de la iglesia de San Pedro de la Nave; y fondos pictóricos y escultóricos variados.
Aquí termina nuestro recorrido por la diversidad y la inclusión en el Museo de Zamora. Esperamos que os haya gustado y que podáis venir a visitarlo en persona cuando nuestras puertas vuelvan a abrir dentro de poco.
¡Feliz día de los museos